El cuerpo se abandona al descanso, pero no cede del todo. Hay algo en la forma en que reposa, en la curva del brazo sobre el sofá, que sugiere resistencia incluso en la quietud.

Afuera, el pueblo arde bajo el sol de verano, ajeno a esta pausa. Todo sigue en movimiento, pero aquí dentro el tiempo se estira. La piel atrapando la luz, el aire espeso de la siesta, la sensación de estar y no estar al mismo tiempo.

Descansar no es desaparecer. Es sostenerse en la propia existencia sin hacer ruido, sin necesidad de nada más.