A veces me he quedado quieto bajo un árbol, como si el peso del cuerpo pudiera pasar desapercibido. El sol filtrado entre las hojas, el rumor del mar cercano, y el tiempo suspendido sin avanzar, ni retroceder.

Lo he hecho sin saber muy bien qué esperaba. Tal vez que alguien llegara, que el sonido de unos pasos interrumpiera el fondo monótono del mar. No para hablar, no para tocar. Solo para saber que no era el único despierto por dentro, aunque estuviera dormido por fuera.

Hay hombres que no saben pedir compañía sin parecer frágiles. Yo soy uno de ellos. Por eso, a veces, dejo el cuerpo donde pueda ser encontrado. No como quien se rinde, sino como quien aún espera.